Hoy no recuerdo la fecha, ni el tiempo que hacía, ni qué hacíamos. Tan sólo me acuerdo de la emoción que me embargaba, de sentirme la persona más feliz del mundo en aquella sala tan llena de gente. ¿Que de qué os hablo? Pues de cuando fui al preestreno de la película Charlie y la Fábrica de Chocolate de Tim Burton. Os pongo en antecedentes.
Aun a día de hoy, si me preguntan cuál es mi libro favorito, me quedo con Charlie y la Fábrica de Chocolate de Roald Dahl, por ende mi escritor favorito. Leía sus libros una y otra vez cuando era pequeña, no me cansaba nunca. El primer libro "serio" que me regaló mi madre fue el de Matilda. Y ahora, muchos años después, tras muchísimas obras de todo tipo leídas, todavía sigo aferrada a mis libros de infancia. Puede que no todo el mundo entienda mi postura, pero soy una persona amante de las cosas que me han dado tanto. Todos esos cuentos tienen la culpa de que de pequeña devorara los libros y que mantuviera ese espíritu durante mucho tiempo. Incluso cuando hice la carrera, filología inglesa, me hicieron sobrellevarla con gusto, porque dedicábamos muchas horas al estudio de obras, leíamos de todo y no todos mis compañeros tenían ese mismo entusiasmo. Les debo mucho, por eso los tengo en un pedestal.
Volviendo a la película, imaginaos ahora mi sorpresa cuando me entero del estreno de la película (por aquel entonces no sabía de la existencia de la otra adaptación cinematográfica de 1971 con Gene Wilder). No recuerdo ahora cómo las conseguí, pero me hice con invitaciones para asistir al preestreno de la película y nos fuimos toda la familia a verla. Yo estaba nerviosa. Hacía años que no había vuelto a leer el libro, pero lo recordaba al dedillo. Sabía que iba a emocionarme con determinadas partes de la historia, pues con el libro lo había hecho. Salvo que Burton añadiera grandes cambios, esas escenas iban a aparecer y estremecerme recordando con nostalgia esos momentos en los que no tenía preocupación alguna y leía sin parar. Y dicho y hecho, las lágrimas no pararon de salir de mis ojos, no ya solo con esas escenas puntuales, sino con todo. Disfruté como una enana, me sentí parte de la historia, una afortunada chiquilla que había conseguido un billete dorado y había entrado junto con Charlie y compañía a la fábrica, una fábrica que tenía muchas ganas de conocer más allá de lo que mi imaginación había dibujado en su día. Mi invitación al cine aquel día era mi billete dorado. Mágico.
Y con eso quiero que os quedéis, con esas sensaciones tan maravillosas que nos da la vida a veces en esas pequeñas cosas, con esa percepción de lo que nos rodea con un toque de optimismo y entusiasmo que lo convierte todo en especial. No me conformo con ver la vida por su lado malo, tan evidente a veces; quiero siempre ver lo positivo de las cosas. Ése es mi regalito en este adviento bloggero, compartir un poco de ese optimismo que a veces, gracias a cosas como las que os he contado hoy, me sobra :)
Que paséis un buen finde ;)
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