Cuando una lleva meses repitiendo sistemáticamente la misma situación, si ésta cambia un día nos llevamos toda una sorpresa. Eso es lo que me pasó el viernes pasado. Tras meses con poquita gente delante en mi bolsa de trabajo, saliendo poquitas plazas y no siéndome adjudicada ninguna, ya había perdido, no la esperanza, sino la intriga y emoción de mirar cada semana si había tenido suerte. Por eso me pilló completamente desprevenida la adjudicación de plaza el otro día.
El lunes, pues, fui al instituto a presentarme y conocer mi nuevo lugar de trabajo. Iba tranquila, no me creía aun nada. Los únicos nervios que pude tener fueron los de la incertidumbre de no saber cuánto tiempo iría a trabajar. Mi parte más pesimista auguraba una o dos semanas, aunque incluso eso eran buenas noticias porque por fin, tras año y medio de parón, estaría trabajando en lo mío. El caso es que una vez allí me llovieron un montón de buenas noticias: trabajaría ya hasta el final del curso escolar porque la baja era por maternidad, mi horario sería estupendo, los cursos muy tranquilos y el ambiente de trabajo con mis compañeros sería muy bueno. Y sí, tras haber trabajado allí una semana ya, he podido comprobar que todo es cierto. Creo que voy a estar genial.
En definitiva, más contenta no puedo estar. Es tan sólo media jornada, pero estoy contenta igualmente. Además, puedo seguir disponiendo de tiempo para hacer las cosas que ya hacía: baloncesto, tai chi, clases particulares, club de lectura, escribir en mis blogs, etc. Lo único que he tenido que sacrificar ha sido el francés que estudiaba por las mañanas en la Escuela de Idiomas, pero al menos he asistido ya a más de la mitad del curso y encima puedo presentarme al examen final. En fin, que aunque trabaje a media jornada, en realidad estoy haciendo las cosas que me gustan a tiempo completo.
¡Hasta el próximo post!