Amanecimos ese miércoles al ritmo de la traviesa melodía del Giga Pudding que mi hermano llevaba en el móvil. Despertarse así era muy divertido, de eso no cabía duda, pero continuar el día con ese espíritu tan inquieto era aun mejor. Sí, el cansancio pudo hacer mella en varias ocasiones, pero mereció la pena. Aquella mañana ya éramos uno más y, la verdad sea dicha, en la habitación se notaba y bastante. Nos habían colocado un colchón en el suelo para que Jaime, que fue el último que llegó, durmiera con nosotros en la misma habitación. Fue un poco agobiante estar tantos en un espacio tan reducido, porque creedme, era muy pequeño y éramos muchos para un solo baño. Pero hasta ese agobio era reconfortante, pues estábamos todos juntos de nuevo después de tanto tiempo.
Aquella mañana de miércoles tocaba visitar Phoenix Park, el parque urbano más grande del mundo y que, como rasgo identificativo, tenía ciervos sueltos en su interior. Había que caminar largo y tendido para llegar hasta ellos. Tantos animales así sueltos no van a estar esperándote en la puerta. Nos fuimos en autobus y, gracias a eso, pudimos atajar un poco el camino. Fuimos andando varios kilómetros hasta llegar a ellos y fue precioso verlos ahí. Nos rehuían a medida que nos acercábamos, pero pudimos verlos a una distancia relativamente corta. Las fotos no faltaron. Ahí nos quedamos un buen rato haciendo fotos saltando o videos bailando y haciendo el ganso. Hasta ahí todo precioso, muy bonito, muy bucólico y muy todo lo que queráis. Si se le pregunta a algunos de los que allí estaban contarán toda la historia como si de ensueño se tratase. Pero no, yo vengo a contaros todo, incluyendo esa parte oscura que muchos omitirán. Sí, señores, no todo fue de color de rosas ni para tirar cohetes. He aquí la verdad y nada más que la verdad. Si para llegar a los ciervos ya andamos largo y tendido aun habiéndonos ahorrado camino por el autobus, a la vuelta esa distancia se incrementó considerablemente y lo que era una tranquila excursión se convirtió en un largo y angosto camino que no se acababa nunca. Menos mal que algunos se apiadaron de los que íbamos más rezagados y pudimos parar a mitad de camino en un sitio a comer algo y a descansar los pies. Eso sí, cuando terminamos de comer he de reconocer que el resto del camino fue maravilloso, no sólo por tener fuerzas recobradas para volver a caminar, sino porque pasamos por al lado del enorme lago que estaba congelado. De nuevo más y más fotos, esta vez era una estampa muy navideña con todo aquello cubierto de hielo blanco. Precioso. Hubo quienes arriesgaron sus vidas poniendo un pie en ese lago, para descubrir lo mucho que resbalaba. En fin, todo esto hizo el camino que quedaba para salir del parque más llevadero. Aun así mis pies no podían más y una servidora cogió el autobus de vuelta al hostal para descansar un rato pies y espalda.
Por la tarde nos quedamos un rato jugando al billar del hostal otra vez. Tengo en mi posesión valiosos videos de auténticas jugadas profesionales. Véase mi tono altamente irónico, pues en realidad son verdaderas pifias y cagadas y lo de "valioso" es simplemente por el dinero que sacaría si quienes en ellos aparecen me pagaran para que no vieran la luz. Bromas aparte, nos lo pasamos realmente bien, echando unas buenas risas. Todo esto ocurría mientras esperábamos a que llegara nuestra segunda visita: Myriam. Tampoco aquí hablaré de cómo le di direcciones e indicaciones exactas para que llegara y de cómo se las pasó ella por el forro y caminó con la maleta un trecho bastante considerable hasta llegar al hostal cuando podía haber llegado en autobus a la mismísima puerta. No, esas cosas no se mencionan, así que prosigo con mi relato.
Por la noche nos pegamos una de las mejores juergas del viaje. Esta vez, y aunque parezca sorprendente, cambiamos de pub. Nunca teníamos ganas de caminar e ir muy lejos, por eso pasamos las dos noches anteriores en el mismo pub. ¿Qué ocurrió esta vez? ¿Acaso fuimos más lejos? Nada más alejado de la realidad. En verdad fuimos caminando poco pero hacia el lado contrario. Eso sí, dimos con un pub super chulo en el que me pillé el primer y más grande pedo del viaje a base de Bulmer's (sidra) con Blackcurrant (zumo de grosella). Gracias al ritmo tan alegre que llevábamos, se hicieron fotos super chulas en las que salimos muy fotogénicos (follables, para qué andarnos con rodeos). Eso es también resultado del flow tan impresionante que irradiamos, si una es guapa qué se le va a hacer (quiero evitar llenar esto de emoticonos, pero lo tengo que soltar: xDDDDDDDDDDD). Como es normal, ante semejante estado de embriaguez había luego hambruna perruna y no faltaron las patatuelas con garlic and cheese que Myriam compró en el Eddie Rocket. Cómo recordaba aquello a una de esas noches en las que salíamos del Roost y necesitábamos comer las patatas del Maximus. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué bien vivíamos! (o malviviamos, según se mire, que con tanto alcohol y tantas guarrerías que comíamos, eso sano no debía ser).
A la mañana siguiente hicimos algo que, aunque antes me cansaba, me hacía especial ilusión: nos fuimos a Howth. Si recordáis mi post sobre Howth sabréis que ya había estado allí en 5 ocasiones, cada cual más aburrida. Esta era mi sexta vez y, por increible que suene, fue la vez que más me gustó y más disfruté, y no fue precisamente por su paisaje ni por su paseo marítimo. Además de porque la compañía era especial, es que nos paramos a comer fish and chips a la manera inglesa, es decir, sentados por donde pilláramos en medio de la calle. Ya comí fish and chips allí en otra ocasión, pero fue en el pub, en plato y en la mesa, osea, muy finamente. Esta vez estábamos con una caja llena de patatas y el pescado de una pieza sobre ellas, comiéndolo con la única ayuda de un tenedor y sentados en un muro al pie del paseo marítimo. Vamos, malamente, pero fue especial, fue como lo comen miles de ingleses al día cuando salen de sus trabajos y se sientan donde pillan. Llamadme tonta, pero me encantó.
Como teníamos un bono de día para coger el tren, hicimos otra parada en Dun Laoghaire, donde nos tomamos un té o chocolate tranquilamente en el Costa del Eason en el que años atrás mantuvimos una interesante y bonita conversación las 3 florecillas. Al acabar nos fuimos directamente a Dublin, pues allí nos esperaba nuestra tercera y última visita: Alessia. Yo ya la había visto semanas antes en Barcelona cuando fui al concierto de Lady Gaga, pero fue igualmente mágico y especial quedar con ella en una calle del centro como si nada, y más aun hablarnos como si nos hubiéramos visto el día anterior. Con ella ya estábamos todos, los 9 del viaje. Esa noche nos fuimos todos al mismo pub a celebrarlo, a celebrar que ya estábamos juntos, juntos para pasar la noche más especial de todas, la noche de Nochevieja. Pero eso es otra historia y la quiero contar con más calma, así que en mi próxima entrega del viaje me haré eco de todo. ¡Hasta la próxima!
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